
Llega muy tarde y falta un libro que he leído en enero, sobre el que no he querido escribir aún, pero llega. Unos libros y unas palabras (quizás algo distintas a otras veces, pero solo ha habido tres veces hasta ahora así que sería difícil repetir).
The Bluest Eye, de Toni Morrison
Toni Morrison es la autora favorita de uno de mis colgados del reddit de Pynchon favoritos, así que probé. Hay tal cantidad de violencia en cada párrafo que me resulta difícil tener algún pensamiento (aún más de lo habitual), y aquí no hay ninguna regla que diga que no puedo apoyarme en lo que dijo mi grandísimo amigo u/empireofchairs, así que: “I would recommend this book to any Pynchon fan whose favourite lines were always "They are in love. Fuck the war," because, at the risk of sounding sappy, The Bluest Eye is a book which reminds us of the supremacy of Love - including its often terrible forms of manifestation, and its arbitrary absences - and takes the assumption that the human heart was always more complex than the mind.” Ambos tenemos el cerebro carcomido por las mismas cosas (aunque en el suyo haya más de donde tirar), así que a mí también me resulta difícil que este libro no me recuerde a otros (pese a que sean posteriores), es un libro sobre cómo llegar a odiarse a uno mismo y la incapacidad de racionalizar ese odio, la necesidad de sobrevivir y encontrar algo a lo que llamar bello incluso cuando eso signifique no poder mirarte a ti mismo al espejo.
Flowers for Algernon, de Daniel Keyer
Entré a trabajar a la media hora de que empezase, así que no pude enterarme de todo, pero aquí simplemente voy a transcribir lo que dijeron en el club de lectura internacional de la uc3m el rato que pude estar allí. Llegué y solo estaban dos profesores, un alumno un poco pelota y dos señoras mayores. Me senté al fondo y vi cómo un señor mayor se peleaba con la puerta antes de conseguir entrar. Checa se puso a quejarse de que los chavales ya no leen, un señor mayor contó que ya solo lee libros de no muchas páginas porque si no le duelen las manos en el tren, un chaval de mi edad le dio la razón a Checa, que siguió quejándose de no sé qué hasta que me vio y me preguntó si yo había sido alumno suyo. Llegó Conte (por desgracia no el entrenador del Tottenham) y se puso a contar lo suyo, luego le preguntó a Checa su opinión de la novela, duró 10 minutos cada intervención y después me fui. No tengo ni idea de sobre qué pudieron hablar durante la hora siguiente.
Hubo quejas sobre la calidad literaria y sobre su originalidad, y teorías sobre si el libro en realidad es una metáfora sobre la vida y el paso del tiempo (al nivel del acertijo de las cuatro, dos y tres patas, en ese caso) o tan solo una nueva forma de explorar la diversidad cognitiva. Se mencionó a Faulkner. El libro está bien y entiendo por qué se lee en los institutos americanos, no sé por qué se lo leyeron estos señores. Al club de lectura de este mes (febrero) no me dio tiempo a ir, pero espero poder pasarme de nuevo a ver qué se cuentan. Ayer vi una representación de La importancia de llamarse Ernesto y recordé que un personaje también se llama Algernon. En el libro de béisbol que leí en enero (el único sobre el que quiero escribir, vaya) comparan la subida y posterior bajada en la velocidad media de lanzamiento de un jugador a la historia del protagonista, y ojalá haberlo leído antes para aportar mi granito de arena al debate… en fin.
The Only Rule Is It Has to Work: Our Wild Experiment Building a New Kind of Baseball Team, de Ben Lindbergh y Sam Miller
Creo que lo que más me gusta del béisbol ahora mismo es que es un deporte de ida y vuelta. Ben Lindbergh creó Effectively Wild en julio de 2012, y lleva ahí más de 1900 episodios (solo paró un par de meses cuando nació su hija hace dos años). Yo empecé a escucharlo hace, más o menos, 400 episodios, y para entonces ya solo le acompañaba Meg Rowley. Mil quinientos episodios de chistes internos e historias y “datos” que no he escuchado, pero que se filtran poco a poco en los últimos cientos. Lindbergh trabajó como becario en los Yankees y luego entró como redactor en Baseball Prospectus, donde también estaba Sam Miller. BP hace contenido de béisbol desde un punto de vista sabermétrico, así que Lindbergh y Miller escriben, más que nada, sobre números. En 2015, tras tres años con el podcast, les dan la oportunidad de hacerse cargo de un equipo de una liga independiente en Sonoma, California. Ninguno de los jugadores conoce Baseball Prospectus, ni a sus nuevos jefes. Lindbergh y Miller tienen que crear el róster, contratar a un entrenador y decidir la estrategia deportiva para toda una temporada. Tres años después, Miller deja el pódcast tras el episodio 1000. Le sustituye Jeff Sullivan, de Fangraphs, web a la que pertenece ahora el pódcast. Lindbergh ha dejado de ser editor en jefe de BP para fichar por Grantland y luego The Ringer, donde sigue ahora, y Miller se ha ido a ESPN. Sullivan no dura más de trescientos episodios antes de que le fichen los Tampa Bay Rays como analista, así que vuelve Miller durante un centenar, hasta que le despiden de ESPN y por un non-compete tiene que dejar de hablar de béisbol si quiere seguir cobrando. Meg Rowley me cae bien, es de los Mariners, y espero que se quede ahí siempre, pero Lindbergh es la única razón por la que existe Effectively Wild. Hace un par de semanas uno de los redactores de BP me dijo “being on that podcast is really an honor”. Nada de esto importa.
En los últimos cien capítulos de EW han tenido una sección en la que contaban una historia del mismo año que el número de ese episodio. Ya van por 1962 así que no va a durar mucho más, salvo que copien a Jon Bois e imaginen cómo será el béisbol en el futuro. En los últimos veinte o treinta episodios hay una dinámica recurrente, Lindbergh lee algún email en el que los oyentes dan razones por las que el béisbol es único y tan diferente a cualquier otro deporte, y en el siguiente programa lee las respuestas que rebaten o matizan esas ideas. La razón por la que me gusta el béisbol no es ninguna de esas, ni es única del béisbol, pero funciona mejor que en ningún otro deporte.
Hace dos o tres episodios Lindbergh entrevistó a Ron Shelton, el director de Bull Durham (1988). En la peli Kevin Costner hace de un jugador veterano que llegó a jugar en la MLB pero ahora está relegado a las ligas menores, donde esta temporada le toca hacer de mentor de un pitcher (Tim Robbins, lol) con mucho potencial pero poca cabeza, blahblahblah. También está Susan Sarandon, cuyo papel es saber de béisbol y follar con los protagonistas. Shelton fue drafteado por los Baltimore Orioles en en la 36º ronda en 1966, pero no pasó de las ligas menores. Bull Durham es la historia de cómo vivió él el circuito de béisbol afiliado a finales de los años sesenta. En la entrevista Lindbergh y él hablan de las diferencias entre las ligas menores entonces y ahora mismo, que acaban de sindicarse para dejar de cobrar 500$ dólares al mes y de compartir habitación entre cuatro jugadores durante la temporada, y claro, Shelton dice que ya no tienen el mismo romanticismo o no sé qué.
En Bull Durham se coge la experiencia de lo que debería ser el béisbol y se intenta llevar a las imágenes, de lo personal a lo general, citando (erróneamente) a Whitman al final: “I see great things in baseball. It’s our game, the American game. It will repair our losses and be a blessing to us.” No he visto nunca un partido de béisbol en persona, no he vivido en Estados Unidos ni durante los años setenta, ni he sido escogido en el draft de la MLB (por ahora), así que me da igual. Además el béisbol es muy fácil de filmar en películas, no se puede hacer mal, pero tampoco hacerlo más épico que la realidad, así que no pasa como el baloncesto donde o parece que el director nunca ha visto una canasta o se convierte en un vídeo de highlights imposibles que ya te entretiene (Hustle de Sandler está guay, la verdad).
Hay un paso intermedio entre Bull Durham y lo que me gusta a mí, creo, pero el mejor ejemplo es un documental de 19 horas de la televisión pública estadounidense. La historia del béisbol como base sobre la que entender la importancia de lo que estás viendo. En Baseball de Ken Burns también se cita a Walt Whitman, nada más empezar, pero de forma correcta y con más criterio, creo: “In our sun-down perambulations of late, through the outer parts of Brooklyn, we have observed several parties of youngsters playing ‘base,’ a certain game of ball…. Let us go forth awhile, and get better air in our lungs. Let us leave our close rooms…. The game of ball is glorious.” El equivalente en libro (que yo haya leído) es Lords of the Realm, de John Heylar, pero es aún más detallado y no tiene imágenes, así que pa qué. Entiendo la fascinación con la historia del béisbol, es infinita, y resulta fácil convencerte de que al ver un partido de la MLB entre dos equipos centenarios formas parte de algo más grande que tú mismo, que vives el legado de Jackie Robinson y los miles de jugadores cuya historia ha llevado a cada equipo a su lugar ahora mismo, incluso aunque lo veas en una página de streaming con la pestaña silenciada mientras me quedo dormido en mi habitación en Madrid. Es fácil convencerte un partido, pero cada temporada dura 162, más los playoffs, y muchos de estos partidos son irrelevantes para la competición desde antes de jugarse, así que están lejos de llegar a formar parte de la historia del béisbol, así que no es en el legado y la tradición y la trascendencia donde está lo que me gusta del béisbol.
Hay otro lugar al que creo que el béisbol puede llevarte. No tienes que quedarte ni en “la pasión del deporte” ni en su peso histórico. Todas estas opciones, si es que lo son, parten del mismo lugar, de esas citas de Whitman que sirven para no tener que pensar cómo expresar por qué es bonito o divertido ver un deporte tan extraño y lento como el béisbol. El sol, la hierba demasiado verde como para no preguntarse si es artificial, el calor plano que va disminuyendo mientras se pone el sol, la calma, la rutina, la lentitud, la tensión, mínima pero constante, los sonidos, la fluidez, la velocidad. Yo también preferiría citar a Whitman. Me gusta el béisbol, como muchos otros deportes, no hay barrera de entrada, todo el mundo sabe como funcionan y con eso es suficiente, nadie te va a pedir nada más, son para tontos como tú y como yo, dame la mano eres mi hermano dame la otra eres. No tener que explicar por qué me gustan es otra de sus ventajas, pero eso no significa no pensar en ello, no intentar explicarlo de todas formas.
Comienzas desde el movimiento, el pitcher lanza la bola al bateador, que hace lo que puede. Tanto si consigue golpearla como si no, pase lo que pase, el descanso entre acción y acción es mucho mayor que el tiempo que la bola pasa en movimiento. Hasta ahora era un tiempo indefinido, el pitcher puede esperar tanto como quiera, el público puede pitarle, pero nada más. A partir de la temporada que viene va a haber un reloj con un tiempo máximo entre pitches, pero en la práctica no va a cambiar nada. En ese tiempo de espera entre acciones puedes pensar, o intentar pensar, tienes tiempo para casi todo. Cada acción tiene una serie de resultados posibles, y cada uno de esos resultados sirve o bien para acercarse a que anote alguno de los dos equipos o para acercarse a que se termine el partido. Todo es cuantificable desde hace más de un siglo, hay registros históricos de cada acción. Con la llegada de la televisión todos estos datos se vuelven cada vez más precisos, y desde la implantación de Statcast hace casi una década, cada movimiento en el campo, de los jugadores o de la bola, queda registrado al milímetro. Todos estos datos son accesibles, la mayoría de forma gratuita.
The Only Rule Is It Has to Work pone a Lindbergh y Miller ante la obligación de dar la vuelta. Son dos hombres que empezaron a ver béisbol antes incluso de poder entenderlo y que después lo entendieron a través de los números, enfrentados a muchos otros chavales que lo entendieron jugando, y que son más o menos buenos en ello.
El deporte profesional es el único lugar donde cada acción es relevante, pero casi ninguna es trascendental. Y las que sí son trascendentales no tienen por qué ser relevantes. Ayer LeBron James se convirtió en el máximo anotador de la historia de la NBA (38.388 puntos) con un fadeaway justo antes de que terminase el tercer cuarto, para terminar perdiendo 130 a 133 contra los Thunder (ya me jodería). En una liga de béisbol independiente en la que has acabado tras fallar demasiadas veces en el instituto o la universidad, estás muy lejos de la trascendencia, pero eso no hace que cada movimiento tuyo sea relevante. Miller en un momento se compara con los jugadores de forma desacertada (pero es consciente de ello, no pasa nada) diciendo que él y Ben son los únicos que han acabado allí gracias a triunfar repetidamente, pero casi ninguno de sus éxitos es relevante en el momento, y tampoco trascendente.
Escribir para Baseball Prospectus, en la medida en la que yo he podido hacerlo, no produce nada parecido a la desesperación de fallar en una acción, ni siquiera parecido a la emoción de ver a otra persona acertar, pero tienes la posibilidad de cuantificar todo eso y explicar por qué sucede. El paso que dan Ben y Sam consiste en intentar que eso pase más, no quieren ganar, no quieren que sus jugadores progresen y triunfen (al menos no al principio), solo quieren maximizar las posibilidades de éxito de cada acción concreta. Ese, para mí, es su viaje de ida, pero ya lo han recorrido antes de llegar a Sonoma y ponerse a reclutar jugadores.
El viaje de vuelta es mucho más interesante, cuando los jugadores que has fichado por sus datos no son capaces de rendir como deberían, o sí lo hacen pero no se llevan bien con el resto. Embeces en la vida tu mejor bateador es un jugador semirretirado que sí llegó a la MLB al que has fichado como mánager y que se dedica a fumarse porros con otros veteranos y a poner en Facebook que el 11-S fue un atentado de falsa bandera El béisbol es complicado. Otras veces tu mejor pitcher es además el primer jugador profesional en activo que se ha mostrado abiertamente como homosexual, y tienes que limpiar del vestuario a varios subnormales. Y las últimas veces, cuando ya has visto que tus números funcionan y sabes lo que haces, la mitad del equipo se va a ligas mejores y tienes que encontrar otros jugadores a los que no les dará tiempo a dejar de ser solo números.
Despides al entrenador conspiranoico, y a los dos días se pone a mandarte mensajes diciendo que el sustituto al que has fichado es un paquete, y esperas a que el tiempo te dé la razón antes de responderle. El pitcher gay tiene que volver a sus estudios, pero el Hall of Fame en Cooperstown ya tiene guardada una hoja con el registro de su primera titularidad profesional. Tienes que volver a Nueva York con tu mujer y a seguir siendo periodista, pero has ganado una liga. En el deporte en general tienes la posibilidad de llevar todo al máximo, de creer que tu vida depende del resultado, de cómo lo hagas y de qué ocurra a continuación. En el béisbol puedes cuantificar cada movimiento, ver a través de la relevancia de cada gesto cómo de lejos estás de la trascendencia. Luego se acaba el partido y todo te da igual, y recorres el camino de vuelta a casa. A la mañana siguiente vuelves al campo, juegas todos los días, lo de ayer no importa ya, lo de hoy tampoco mucho. And yet.
No sé explicarme, pero me gusta mucho el béisbol.

El Libro de la Fama, de Lloyd Jones
La versión sin números y con otro tipo de lírica del libro anterior, pero sobre el rugby. Me alegro de haber leído ambos en el mismo mes, porque a veces es fácil olvidar que los jugadores son personas, etc, etc, sobre todo cuando cobran $400 al mes como los de Sonoma. Aquí, en lugar de tener tablas numéricas a partir de las que entender el valor de cada jugador, ellos mismos cogen el periódico y ven quiénes son a través de cómo les han descrito: “escurridizos como anguilas, insidiosos como avispas, Troyanos de la melé, fuegos fatuos humanos.” No me gusta el rugby, pero sí este libro. Gracias, Adrián.
Les Cahiers d’un Mammifère, de Erik Satie
Se juega como se entrena, se compone como se escribe, supongo. Esperaba que me ayudase a entender algo, pero no. Es entretenido, o igual es que lo que no entendía en francés lo asumí como gracioso y original. Tanto las gymnopédies como las gnossiennes (la mejor es la 3) (o la 5, no estoy nada seguro) me gustan tanto como antes de leerlo.
I insist upon myself:
Tress of the Emerald Seal, de Brandon Sanderson
Esto está escrito pa Jaime y nadie más (dejad de leer si no compartimos apellido). Está guay, para ser lo que es, yo creo que te gustará. Se nota que lo ha escrito sin tomárselo muy en serio y si no llega a poner a Hoid (no me acuerdo de cómo se llama en castellano pero supongo que sabes de quién estoy hablando) de narrador me habría aburrido bastante más. Creo que sería más soportable en audiolibro que ponerte de camino a clase o algo así, al menos hasta que termines El Archivo, aunque aún te queda todo el audiolibro de El Temor de un Hombre Sabio, tienes pa rato. Este no tiene muchas implicaciones para el universo en general y ni sé en qué época está situado, pero está bien que haya hecho otra novela más. De todas formas yo elegiría alguna de las que ya hay en casa, aunque estén en inglés (te jodes y aprendes). Esto es como una versión infantil (e invertida, aquí va la chica al rescate y blablabla) de Warbreaker (El Aliento de los Dioses), así que léete esa y ya está. Si al final lo que haces es leer Regimiento Monstruoso ya me cuentas, pero en realidad lo que deberías hacer es pedir de una vez por Amazon la biografía de Pratchett, antes de que vaya yo a casa de nuevo si puede ser, crack.
Look Back, de Tatsuki Fujimoto
Sobre este cómic escribí un prompt en una entrevista de trabajo hace un par de semanas. La versión amable y positiva de descubrir que Kiyohiko Azuma también escribió cosas horribles al mismo tiempo que Yotsuba To. Tras leer Look Back me cuesta muchísimo no creer que Fujimoto está hasta los cojones de Chainsaw Man, pero aquí también te da las respuestas de por qué sigue escribiendo y dibujando. Es un manga sobre escribir mangas en el que nunca se muestra el proceso, solo el paso del tiempo y la determinación de seguir adelante. Fujimoto dibuja a dos chicas, primero solas y luego juntas, siempre de espaldas, escribiendo y dibujando en sus cuartos mientras pasa el tiempo a su alrededor. Levantan la cabeza de vez en cuando y ven que acaban de ganar un concurso, que se ha terminado el verano, que ya es hora de dejar el instituto e ir a la universidad, pero todo lo que les sucede, por grave que sea, lo canalizan de una sola forma: cuál es la forma correcta de seguir dibujando y escribiendo ahora. Es un cómic sobre alguien que tiene un único refugio, y creo que Fujimoto lo comparte, por mucho que ahora tenga que volver a escribir sobre muerte, guerra, hambre y un chaval salido. CSM está bien también, solo soy un chaval. Gracias, Patrick.
The Tennis Court Oath, de John Ashbery
La edición que leí en la biblioteca de la UC3M mientras debería haber estudiado para exámenes, o al menos socializado un rato, tiene un prólogo muy largo que se hace preguntas muy estúpidas, sobre si es difícil leer a Ashbery, sobre si es posible comprenderle, sobre cuáles son sus intenciones y a qué ha dado lugar su poesía. Leí bastante a Ashbery en 2021 y no me enteré de nada, pero no iba a permitir que nadie se metiese conmigo de esta forma, así que me lo salté. Justo después viene una entrevista en la que Ashbery también se salta todas estas preguntas, hasta el final donde le piden recomendaciones, y tiene una interacción con el entrevistador que me gusta mucho.
Después vienen los poemas. No puedo opinar a ese respecto. Mis favoritos son The tennis court oath, They dream only of America, Leaving the Atocha Station y An additional poem.
Morning of the Poem, de James Schuyler
Es un poema de 45 páginas que leí en un formato horrible pero que me gustó bastante, hay un momento en el que hay una lista de la compra que pongo a continuación, junto a mi otra lista de la compra favorita. Nada más que decir.
Another day, another dolor. A shopping list: watermelon wedge blueberries (2 boxes) (In a far recess of summer Monks are playing soccer) Bread (Arnold Sandwich) Whipping Cream Something for Sunday dinner Little apples Paper napkins? K-Y
Space Struck, de Paige Lewis
Busqué otro poema de Schuyler, uno para el que aún quedan unos días hasta que tenga sentido leerlo, y lo encontré en la página web de un profesor de poesía que mencionaba a Paige Lewis como la alumna que le presentó ese poema por primera vez. Primero leí este poema suyo, luego este, uno me gusta y el otro no, así que no sabía qué esperar con Space Struck. Son poemas de enfado, diferentes iteraciones de enfados y conflicto por no saber qué comunicar, o cómo. No sé escribir más sobre esto, estuvo bien leerlo, creo que me gustaría poder escribir así, pero desde otras ideas. Tiene una capacidad discursiva que me gusta mucho, que no puede esconderse pese a que todos los poemas vayan sobre pelícanos comiendo otros animales, tu novio pisando las flores en las que tanto has trabajado, tu madre viendo Fox News o tus ganas de desaparecer aunque sea un rato. Estas son algunas de las palabras:
Once, I woke and believed myself full of the old heaven. I wanted to trap it, make it stay. I swallowed a hive's worth of honey, and - and still, no stars
He says, How deep, like he’s reaching into a galaxy. He says, How full, and looks up to see if I wince.
Then I think, That’s a pretty smart thought. I don’t say it to my friend. I don’t say it to the magnolia women. Do they still count, these hours I’ve spent on my own? Do they still count if I’m saving all of my shiniest thoughts for you?
En febrero leeré de otra forma. Abur.